sábado, 19 de febrero de 2011

Niño y pistola.


No hay búsqueda de la perfección. Lo que más asombra es conseguir lo incierto, lo inimaginable. Encontrarte. Dentro de las palabras espero tu suicidio programado. Las fieras nunca se amansan. Siempre hay un contraataque a nuestro amor eterno. Mi cuerpo se afloja y quiere recibir navajazos. Intento dejar a un lado el verbo “compensar” pero es algo que he criado durante mucho tiempo. Ahora está gordo y no hay quien lo mate. Resiste aliado a la culpa, a la maldita culpa. La que asoma los sábados por la mañana, cuando parece que el día es demasiado nuevo y tremendamente repetido. Cuando las sensaciones de la noche anterior te emborrachan. Las franjas horarias nos han determinado el estado de ánimo. Las drogas de papá. El cauce del río se lleva todo por delante. Agárrate a la vegetación. De pequeña quise huir y no dar pena. Jamás. No reprocho nada al mundo. Que no azote él. Vivamos con los problemas justos. Y si me quejo es para que me envuelvas con amor. Y si rechisto es para no oír más historias que las nuestras. Nunca tendrá igualación, competidor, vivencia coetánea similar. Los conceptos mentales lo han determinado. La típica inmovilidad del tiempo desborda y nos hace olvidar las convenciones. Viajamos en miles de páginas. La gran minoría no ha llegado aún a nosotros. Los alcanzaremos. Lo somos. Y no quiero más.

No hay comentarios: